lunes, 13 de octubre de 2008

AGOSTO DE 1957 EN LA CONCHA. CINCO MUERTES OLVIDADAS



José De Miguel, guardia municipal oriundo de Los Arcos, Manuela Rozado, Benito Amiano, Andresa Dolorea y José Ramón Rubial son los nombres de los cinco ciudadanos que murieron al anochecer del 19 de agosto de 1957 en la bahía de La Concha, cuando la motora que realizaba el trayecto entre la isla de Santa Clara y el muelle, fue embestida por el yate El Azor, en el que regresaba Franco de pescar en aguas próximas a Getaria. Pese a la gravedad del caso, un tupido velo se extendió para impedir conocer la verdad y el alcance de lo que allí ocurrió. La Voz de España y el Diario Vasco, los dos rotativos de la capital guipuzcoana dedicaban el mismo texto, con análogo título y reducido espacio en páginas interiores, falseando lo ocurrido y ocultando que Franco se encontraba a bordo en el momento del abordaje. Todo ello mientras a centenares de ciudadanos se les retenía presos durante la estancia del dictador en la ciudad, al igual que todos los años en aquella época. El historiador Iñaki Egaña tras ponerse en contacto con la hija de Benito Amiano, que reside actualmente en Logroño, ha reconstruído aquel trágico suceso, oculto a la memoria histórica donostiarra. Quien quiera consultar la crónica entera la encontrará tanto en la web de la asociación Ahaztuak, como en Gara de hoy 13 de octubre.

"Julia Amiano Munilla y sus hermanos Blanca y Benito, que aquel fatídico día tenían respectivamente 14, 10 y 2 años, han ofrecido su testimonio. El paso de tantos años no ha difuminado los detalles de lo ocurrido ni su interés en que se conozca la verdad.
Para Julia, todo comenzó con la llamada de urgencia de un vecino durante la noche del 19 al 20 de agosto. «Nos dijeron que había sido Franco, que venía de pescar de Getaria y que no vieron la barca [el Azor la partió en dos]. En la barca irían más de 30 personas, sobre todo familias con niños pequeños que volvían de pasar el día en la isla, en el último barco», prosigue Julia Amiano, con una mezcla de resignación y enfado. Según les dijeron, «Franco iba en el yate; lo primero que hicieron fue llevarle a Ayete y después volver a por los accidentados».
«En ese momento dijeron que podía ser un sabotaje, algo que no era muy lógico viendo que la barca estaba repleta de niños y familias. Sin pararse a pensar en la gente ni recoger a los heridos, llevaron a Franco a Ayete , y luego volvieron. Pero ya habían muerto ahogados cinco personas, entre ellos mi padre. Quizás, si por lo menos los hubieran rescatado inmediatamente, no habrían muerto tantas personas», lamenta.
El accidente no se pudo ocultar, lógicamente, por el lugar en el que se produjo y la cantidad de testigos que sobrevivieron, pero un mutismo derivado del miedo a posibles represalias se apoderó de la ciudad.
Los siguientes días fueron aún peores para la familia Amiano-Munilla. Desde el domingo 20 de agosto, tanto Julia como su madre se acercaban todas las noches al puerto en busca de noticias sobre su padre. Allí seguía la motora, partida en dos. Nada más. Pero en el acceso a la Bahía de la Concha, junto a la isla, desde el día del accidente aparecieron mucha boyas que acotaban una zona, con acceso vetado, en el que se podían ver a «hombres-rana», es decir, buzos.
A los dos días del accidente, el martes, se oficiaron los funerales por los cinco ahogados. «Pusieron cinco cajas fúnebres pero, claro, allí sólo se podía hacer el funeral de tres, porque el cuerpo de mi padre y el del guardia municipal, que era el guarda de la isla, aún no habían aparecido», explica Julia. Subraya que Franco no acudió al acto, aunque sí todo un elenco de autoridades que les dieron el pésame. Nada más.
Mientras, como en días anteriores, una noche sí y a la siguiente también, al puerto no llegaba ninguna noticia pero, gracias a algunos pescadores conocidos, los Amiano fueron informados de que los cuerpos sin vida de su padre y del guardia municipal estaban amarrados en el fondo del mar, en el lugar acotado por las boyas y los buzos.
«El sábado por la noche ya no vimos las boyas, y enseguida pensamos que ya los habrían sacado. Y así fue. Llamaron a casa de mi abuela para que fueran a reconocer el cadáver. Fueron mis tíos, sus hermanos, y volvieron enfermos de la impresión que les había causado, porque sólo pudieron identifi- carlo por los restos de la ropa. Los peces, durante tantos días, se habían comido todo: la cara, las extremidades...».
Tampoco les informaron del entierro de los dos cuerpos sin vida. Pero a primera hora de la mañana, previendo lo que luego ocurrió, se presentaron en el cementerio de Polloe. «Preguntamos al enterrador -su hermano Benito apunta que, casualidad, también eran familia por parte paterna- y él nos dijo que ya habían sido metidos en la fosa. En una fosa sin nombre ni nada. Nos la enseñó. Estaba abierta. Mira, tenía 14 años, pero nunca se me olvidará aquello. No se podía parar del mal olor que había, por la descomposición de los cuerpos por tantos días que pasaron sumergidos en la mar».
Los familiares de José de Miguel Martínez, originario de Los Arcos, se hicieron cargo del cadáver y lo trasladaron a la localidad navarra. La familia Amiano-Munilla, sin embargo, no pudo costear los gastos y colocaron una lápida con una pequeña leyenda. A posteriori recibieron 5.000 pesetas de la época en concepto de «donativo del Caudillo». Una minucia teniendo en cuenta que la viuda de Amiano tenía tres bocas que alimentar. Y hasta hoy. El silencio se impuso en aquel periodo que Jaime Mayor Oreja ha definido como «de extraordinaria placidez».

1 comentario:

  1. Jaime Mayor Oreja ha dicho al menos en dos ocasiones que "añora el feliz San Sebastián de los años 50-60". Felices para los franquistas como él, su tía Maritxu Mayor Lizarbe que escribía en el vespertino Unidad, de la prensa del Movimiento, y toda su familia.

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